Por Antón Pardinas Sanz

Desde siempre, al hombre, le ha sorprendido, asombrado, maravillado  e incluso sobrecogido o asustado, la curación milagrosa de un enfermo; “Mateo 11:5; “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios,  los sordos oyen, los muertos son resucitados…”. Llega a tal extremo, nuestra curiosidad y asombro que acudimos sin reparo a iglesias, santuarios, ermitas, capillas, altares improvisados en los más recónditos lugares o simplemente nos arrodillamos  ante una imagen… y rezamos para obtener la gracia de  ser testigos o incluso beneficiarios de esos milagros. Dudamos de su realidad o existencia, pero nos contradecimos al pedir al Señor que obre ante nosotros el prodigio que deseamos. Somos humanos.

Todos los días, a todas las horas y en casi todos los lugares del mundo, se produce el mayor milagro de todos los tiempos y sin embargo ni nos asombramos, emocionamos, maravillamos, alegramos o nos damos cuenta de ello.

Todos podemos ser testigos del mismo, pero no lo vemos. Nos ciega la frecuencia con la que se produce, lo consideramos  un hecho natural y repetitivo y  negamos la evidencia e incluso la existencia de tal sobrenatural prodigio. Si este milagro se produjese solo una vez en la vida, venderíamos todo lo que tuviésemos con tal de que nos dejaran ser testigos de ello…«Tomad y comed, esto es mi Cuerpo» (Lc. 22,19). «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él» (Jn. 6, 55-56). Efectivamente me refiero al milagro de la conversión del pan y vino en el cuerpo y sangre del Señor, a la Santa Eucaristía.
A pesar de todo la Iglesia no estableció, desde el primer momento,  una fiesta dedicada al Cuerpo del Señor, “Corpus Domini” o Corpus Christi, y hubo que esperar al Siglo XIII para que así sucediese.

No sería justo reseñar, sin más, que la festividad del Corpus Christi fue instituida, por el Papa Urbano IV ( Troyes, h. 1195 – † Perugia, 2 de diciembre de 1264), con la bula “Transiturus de hoc mundo”, en la que también se condenaba la herejía de Berengario de Tours sobre la transubstanciación eucarística.

Urbano IV (Jacques Pantaleón de Troyes), antes de ser nombrado Papa, había ocupado el puesto de Patriarca de Jerusalén, provenía de una cuna humilde (su padre fue  zapatero), y su Papado duró escasamente tres años (Papa nº 182 de la Iglesia Católica de 1261 a 1264.), pero fue muy fructífero.

Tres son los hechos claves, que influyen en la decisión de Urbano IV al publicar la bula “Transiturus de hoc mundo”:

  • La creciente herejía de Berengario de Tours, sobre la transubstanciación eucarística.
  • El ejemplo e impulso de la Fiesta de la Eucaristía (Corpus Christi), por parte de Santa Juliana de Cornillón o de Lieja.
  • Y por último, el suceso y reconocimiento del milagro de Bolsena (Italia).

Berengario de Tours (nacido en Tours alrededor del año 999, murió en la isla de San Cosme, cerca de la ciudad, en 1088), fue un clérigo escolástico (movimiento teológico y filosófico que intentó utilizar la filosofía grecolatina clásica para comprender la revelación religiosa del cristianismo) que desarrolló su labor pastoral al frente de la escuela de San Martín de Tours. En 1309, Berengario, fue elegido Archidiácono de Angers, aceptando el nombramiento con la condición de seguir viviendo en Tours donde seguiría dirigiendo su escuela.

Para Berengario el cuerpo y sangre de Cristo están realmente presentes en la Eucaristía, pero la presencia es una presencia intelectual o espiritual. La sustancia del pan y la sustancia del vino permanecen sin cambio en su naturaleza, pero por la consagración se convierten espiritualmente en el mismo cuerpo de Cristo. Este cuerpo y sangre espirituales de Cristo son la res sacramenti; el pan y el vino son la figura, el signo, la muestra, sacramentum. Para él, el pan y el vino son sólo un símbolo de realidad espiritual, un signum sacrum, un sacramento en el sentido agustiniano, es decir un signo visible que permite aferrarse, más allá de la apariencia sensible, a la idea de la Pasión de Cristo.

Tal herejía es sucesivamente condenada (por el Concilio de Roma en 1050; por el Sínodo de Vercelli también en 1050; por el Sínodo de Paris en 1051; etc., hasta que años después es excomulgado) pero ante el crecimiento de los partidarios de la herejía, Urbano IV la vuelve a condenar a través de  la publicación de la bula “Transiturus de hoc mundo”.

En 1124, el Obispo Albero de Lieja, funda una Abadía que dominará la “Abadía del Mont Cornillón”, a las afueras de la ciudad de Lieja  y sobre una colina (que da nombre a la Abadía) situada en la confluencia de los ríos  Ourthe y Mosa . Por su especial situación estratégica, siempre formó parte de la defensa de la ciudad de Lieja, y por ello alternativamente fue ocupada o bien por órdenes religiosas o por militares.  Hoy día forma parte de la ciudad.

En el año 1288, El obispo de Lieja, queriendo construir una Fortaleza defensiva de la ciudad, cedió unos nuevos terrenos para la construcción de una nueva Abadía en otro lugar de la ciudad de Lieja, pasando a denominarse “Abadía de Beaurepart  (“Bellus Reditus”)”. Fue suprimida y arruinada por la República Francesa en 1796.

En esta abadía, surge un Movimiento Eucarístico que rápidamente se extenderá por toda Bélgica. Gracias al mismo, se establecen varias costumbres eucarísticas que han llegado a nuestros días. No es baladí recordar, que la Exposición del Santísimo Sacramento, es una de ellas como también lo son la bendición con el Santísimo o el simple uso de las campanillas durante la elevación en la Santa Misa.

En 1198, una niña de cinco años, acompañada de su hermana, ingresa en el convento con el fin de ser educada por las monjas, al haberse quedado huérfanas de padre y madre. Por aquel entonces la Abadía era una leprosería a la vez que convento.

Mont Cornillón y su Abadía

Esta niña, que llegaría a ser Santa Juliana de Cornillón o de Lieja (nació en RetinnesLiejaBélgica1193  y  falleció en Fosses-la-Ville5 de abril de1258), profesó como novicia, recibiendo el velo en 1206, a la edad de 14 años. Tuvo frecuentes visiones místicas y en gran parte de ellas, vio la luna oscurecida, resplandeciente e incompleta, con una banda negra que la dividía en dos partes. Ello fue interpretado con la falta en el calendario litúrgico de una fiesta dedicada al Santísimo Sacramento. Santa Juliana dedica gran parte de su vida a promover la devoción al Santísimo Sacramento y a la institución y al establecimiento de una fiesta solemne dedicada al Cuerpo y Sangre del Señor, con el fin de glorificar el milagro Eucarístico, reanimar la fe de los fieles y pedir perdón por las numerosas herejías y pecados cometidos contra el Cuerpo de Cristo.

En 1222, siendo Priora del Convento, consigue celebrar la primera fiesta dedicada al Cuerpo y Sangre del Señor en Lieja, pero tendrá una fuerte oposición por parte de los nobles de esta ciudad, ya que ello provocaba un día de descanso más para la población; además ciertos religiosos consideraban que tal fiesta no merecía unos gastos tan altos en la organización de su celebración.

En 1246, Santa Juliana, se ve obligada a dejar su convento, ante la fuerte presión en contra de la fiesta,  y pasó exiliada de monasterio en monasterio el resto de sus días.

Pero siguió luchando con fuerza y devoción, por el reconocimiento e instauración de un día de fiesta dedicado al “Corpus Domini”,  hasta el día de su muerte acaecido en Fosses-la Ville, el día 5 de abril de 1258.

El Milagro Eucarístico de Orvieto–Bolsena

En el Siglo XIII, las herejías que negaban la presencia real del Cuerpo y Sangre de Cristo, en la Santa Eucaristía, estaban en auge. No eran pocos los sacerdotes, clérigos, consagrados y laicos que dudaban de esa presencia. Pero un hecho milagroso cambió la tendencia.

Un humilde sacerdote, el Padre Pedro de Praga, en el año 1264, decide ir de peregrinación a Italia, con el fin de meditar sobre las grandes dudas de fe que tenía y que ponían en peligro su vocación y como consecuencia de ello la posibilidad de abandonar la vida consagrada.

Una de sus grandes dudas de fe, trataba sobre el misterio de la transustanciación del Cuerpo y de la Sangre de Cristo en la Eucaristía. En Roma, se postra ante la tumba de San Pedro y le pide la gracia de tener una fe firme y fuerte y que desaparezcan de el todas las dudas que le abrumaban.

Corría el  verano del año de 1264, el buen Sacerdote, abandona Roma y de camino de regreso, decide celebrar la Santa Misa en la Iglesia de Santa Cristina de Bolsena, donde se encuentra enterrada la Santa.  En el momento de la Consagración, le vuelven a surgir las dudas sobre  la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

Iglesia de Santa Cristina de Bolsena
Altar sobre el que sucedió el milagro.

Como era su costumbre, oró antes de la Misa por la gracia que necesitaba: la Fe.  Rezó con mucho fervor a Dios. Su oración fue la misma: suplicaba por la fe para creer sin ninguna duda que el regalo que se nos había dado en la Última Cena, que se le había dado a él el día de su ordenación, era realmente el cuerpo de Cristo. Comenzó a celebrar la Misa y, en el momento de la Consagración, elevó la hostia muy alta sobre su cabeza, y dijo las palabras que mandó Jesús: “ESTO ES MI CUERPO“.

En ese momento, el pan sin levadura se convirtió en carne, y empezó a sangrar profusamente, la sangre cayó sobre el Corporal, y el vino que contenía el cáliz también se convirtió en sangre.

El sacerdote, asustado, y no sabiendo exactamente qué hacer, envolvió la hostia en el Corporal, doblándolo con cuidado y se retira a la sacristía.

Cuando se iba, unas pocas gotas de sangre cayeron en el piso de mármol enfrente del altar, constituyendo, el pavimento salpicado, una reliquia que se ha conservado hasta nuestros días.

Milagro de Bolsena
El Obispo Giaccomo, acompañado de Santo Tomás, presenta el corporal al Papa.

Tras reponerse de la sorpresa, fue a Orvieto donde residía el entonces Pontífice Urbano IV, para referir cuanto le había sucedido.

El Papa, para verificar las afirmaciones del religioso, mandó inmediatamente al obispo Giaccomo al lugar del prodigio, y solicita a Santo Tomás de Aquino y a San Buenaventura que inspeccionen las reliquias, las estudien  y verifiquen el milagro si así lo consideran.

Después de un minucioso examen y estudio,  Urbano IV  decide,  el 11 de agosto de 1264, en Orvieto, con la bula «Transiturus de hoc mundo ad Patrem”, reconocer y aprobar la autenticidad del milagro. Asimismo, se expone, en la bula,  las razones de la importancia de la Eucaristía, es decir, la presencia real de Cristo en la hostia, y establece, en el calendaría litúrgico, la fiesta del “Corpus Domini”, que hasta ese momento sólo se celebraba en Lieja, por intercesión de Santa Juliana de Lieja, como fiesta grande de toda la cristiandad y condena sin paliativos la herejía de  Berengario de Tours

Las reliquias del milagro fueron llevadas, por toda la Corte Papal, en procesión por las calles de la ciudad, a donde habían acudido mientras tanto millares de fieles. A estos sucesos milagrosos se debe la construcción del Duomo de Orvieto, donde se conserva el corporal manchado de sangre.

En las catacumbas de Santa Cristina, es decir en la Iglesia donde sucedió el milagro, se conserva la reliquia de la Sagrada Forma convertida en verdadera carne.

Por desgracia la prematura muerte,  de Urbano IV, provoca que no se lleve a cabo en todo el “urbe” cristiano, la mencionada celebración. Esta fiesta no fue reconocida, en todas las iglesias latinas, hasta el tiempo de Clemente V.

Clemente V

Durante el Concilio de Vienne (1311) se renovó la constitución de Urbano IV. En dicho Concilio celebrado durante el Pontificado del Papa Clemente V  (Villandraut1264   y falleció en Roquemaure20 de abril de 1314. Fue el Papa  nº 195 de la Iglesia católica de 1305 1314), se acuerda hacer una fiesta obligatoria para todos los católicos, dedicada a la adoración y exaltación del “Corpus Domini”.

Se le da una importancia, a la fiesta eucarística, primordial y especial; a nivel profano, mediante fiestas públicas y autos sacramentales, y a nivel religioso al establecerse una solemnidad de culto especial y la utilización de las riquezas ornamentales y de actos litúrgicos con el fin de honrar el Cuerpo y la Sangre de Jesús.

Durante el Pontificado del Juan XXII (Cahors, 1249 – falleció en Avignon, 4 de diciembre de 1334, siendo el Papa nº 196 de la Iglesia), por una orden directa y personal suya, se establece la forma definitiva de la celebración del “Corpus Christi”.

Se ordena a todas las Parroquias que celebren procesiones especiales  en las que se pasee el “Cuerpo de Cristo”; deberá pasearse con toda devoción y con la máxima solemnidad, el “Cuerpo del Señor” (Sagrada Forma), por las calles de las ciudades, villas y pueblos, con el fin de que sea contemplada y adorada por todos los habitantes de las mismas.

Juan XXII
Arzobispo Don Francisco Jimeno de Luna

En aquellos tiempos, era Arzobispo de Toledo “Don Jimeno de Luna”  (1328-1337).

El Corpus Christi en Toledo

Respecto a la festividad del “Corpus Christi” en Toledo, la primera referencia documental que se tiene o que se conoce, data de 1342. En ella se habla de la cera  que se repartió entre los clérigos de la catedral con el fin de ser utilizada en la Fiesta del Señor. Pero nada se dice sobre las ceremonias, procesiones o actos en los que consistió tal celebración. Siendo Toledo una ciudad especialmente comprometida con la Iglesia Católica, es muy probable que en aquellas fechas, e incluso antes, se celebrasen ya actos procesionales.

Alfonso X el Sabio

Cierto es, que según la tradición, en 1280, el Rey Alfonso X el Sabio, acudió a Toledo y presidió la Procesión del Corpus, pero a fecha de hoy no se conoce ningún documento de dicha fecha en el que se recoja o se reconozca tal suceso.

Debemos esperar hasta el año 1418 a que aparezcan evidencias documentales, con un documento en el se detalla minuciosamente la forma y orden con que desfilará en procesión el Cuerpo del Señor por las calles toledanas.  Probablemente, es la procesión y fiesta del Corpus Christi más bello que existe. El cortejo procesional recorre dos kilómetros de calles entoldadas y ricamente adornadas.  Las calzadas están cubiertas de tomillo y el maravilloso olor que desprende  inunda la ciudad. Son cientos de miles de habitantes y visitantes los que acuden a la Procesión y se respira un ambiente general de piedad y devoción.   En los últimos años, tras el traslado de la festividad del tradicional jueves al actual domingo, se ha optado por realizar dos procesiones, una cada uno de esos días, existiendo ciertas diferencias en cuanto a integrantes y protocolo entre ellas.

La celebración se lleva a cabo el jueves posterior a la solemnidad de la Santísima Trinidad, que a su vez tiene lugar el domingo siguiente a Pentecostés (es decir, el Corpus Christi se celebra 60 días después del Domingo de Resurrección).  Coincide con el  jueves que sigue al noveno domingo después de la primera luna llena de primavera del hemisferio norte. En algunos países esta fiesta ha sido trasladada al domingo siguiente para adaptarse al calendario laboral.