El milagro de Lanciano
Fuente Alfonso Muñoz-Cobo y Bengoa
Uno de los milagros Eucarísticos más conocidos, más notable, estudiado y sobre todo inexplicable, es el archi-conocido milagro de Lanciano (Región de Abruzzo, Italia). Se puede encontrar información en numerosas fuentes, por cuanto me limitaré aquí a dar unas breves pinceladas de los hechos constatados.
Se remonta al siglo VIII. En el monasterio de San Legonziano un monje de la orden de San Basilio, que estaba celebrando misa, tuvo dudas sobre la realidad de la transustanciación, y al pronunciar las palabras la forma se transformó en un círculo de carne y el vino en sangre.
Al anunciarlo entre lágrimas de gozo a la congregación, se apresuraron corriendo al altar, donde comprobaron el milagro: la carne seguía intacta, pero la sangre se agrupó en cinco porciones desiguales, pero que pesaban todas juntas lo mismo que una de ellas sola. Se colocaron en un relicario de marfil, donde se custodiaron sucesivamente por tres comunidades con el paso de los años: los basilianos, los benedictinos y los franciscanos conventuales. Se certificó el milagro con un acta en latín y griego.
El 1713 se reemplazó el relicario de marfil por otro de plata repujada, con un ostensorio donde se guarda la carne entre dos discos de cristal, y con un cáliz de cristal donde se guarda la sangre. El fenómeno de los pesos de las porciones de sangre, se comprobó de nuevo en Febrero de 1514, por Monseñor Rodríguez, en presencia de reputados testigos. Sin embargo en comprobaciones posteriores esto no se ha vuelto a dar.
La comprobación científica más completa data de 1970, en que el Prof. Odoardo Linoli, Jefe Médico de los hospitales reunidos de Arezzo, junto con otros ayudantes, se reunieron con el arzobispo de Lanciano y otras autoridades religiosas en la sacristía de la Iglesia de San Francisco el 18 de Noviembre, realizando una serie de operaciones y observaciones perfectamente documentadas y controladas, con técnicas habituales en los análisis científicos, y cuyo estudio se llevó a cabo durante casi dos años.
Se tomaron unas pequeñas muestras que se llevaron al laboratorio para devolverlas posteriormente a su lugar de origen. Las conclusiones del Prof. Linoli, fueron presentadas a una audiencia competente científica y médica, y a las auto-ridades eclesiásticas, elaborándose una serie de informes que se entregaron al Papa Pablo VI.
Las principales conclusiones demostraron que lo considerado “carne” era en realidad tejido muscular estriado de miocardio, es decir músculo cardíaco, del corazón. Estaba exento de materiales de preservación o conservantes de ningún tipo que pudieran contribuir a mantener la muestra en buen estado de conservación… durante 12 siglos. Los estudios demostraron que en esencia es como si estuviera el corazón entero, ya que además en el corte se aprecia endocardio, estructuras nerviosas y parte del ventrículo izquierdo; por si fuera poco, se muestra una gran cavidad central en la hostia-carne, según los científicos por la contracción del músculo cardíaco en el momento del rigor mortis.
La sangre pertenecía al grupo sanguíneo AB -curiosamente el mismo grupo que la sangre que se conserva sobre la Sábana Santa de Turín y el Sudario de Oviedo- y desde luego se trataba de sangre de origen humano y no animal. Incluso las características proteicas de ambas muestras (miocardio y sangre) era normal. Se trata sin lugar a dudas de sangre con la estructura (de proteínas y suero) en proporciones iguales a la sangre fresca y por supuesto, fisiológicamente normal.
Sus conclusiones excluían completamente la posibilidad de un fraude, y por supuesto que fuera material extraído de un cadáver, como se pensaba por parte de algunos escépticos ante el extraordinario fenómeno. Tras reconocer el Profesor Linoli que había quedado estupefacto por los hallazgos, mencionó textualmente: “Nunca hubiera creído que iba a ver en esos fragmentos orgánicos de hace doce siglos lo que he visto… Ante estos prodigios inexplicables la ciencia se rinde, y al hacerlo no puede por menos que confirmar…”. Nada más concluir las investigaciones envió un brevísimo telegrama a los franciscanos: “In principio erat Verbum et Verbum Caro factum est”.